El
agradecimiento… tiene que ser con un buen juicio.
En
la terapéutica se habla que el enfermo en rehabilitación padece una desviación
mental que lo inclina hacia lo negativo. Para algunos este señalamiento
parecerá muy duro, pero para quienes han vivido con un drogadicto lo pueden
entender porque lo perdieron todo, bienes materiales, seguridad emocional y hasta la esperanza,
todo se esfumó, simplemente por una dosis de químicos.
Los familiares como
espectadores terminaron viendo como sus hijos, hermanos o padres, rayaron en la
demencia por buscar en la siguiente ración la fuga de la realidad. Pero cuando
le preguntan al enfermo en la recepción de un grupo ¿te quieres quedar? Cree
que la familia lo lleva al grupo porque no lo quieren, se compara con otras
personas esperando que su familia entienda y corrija el error de quererlo
ayudar, cuando ve que esto no funciona, pide otra oportunidad y puede jurar y
prometer la conversión de su vida, es decir, defiende su enfermedad a gradas de
la locura y de la muerte. Cuando por fin se queda (no en todos los casos)
también se cree diferente a los demás y cree que necesita otro tipo de trato
para poderse alivianar. Algo que a mí como nuevo me creo conflicto fue que me
dijeran que todo mi problema era mental, que tenía que balconear todo lo que yo
generara (exceso o amontonamiento de pensamientos), no lo creí así como así
¿hablar, en qué me puede ayudar? …pensé. De hecho también creí que si platicaba
con un psicólogo, este me podría describir el por qué me sentía así o hasta
llegué a creer que si me hacían un estudio de mi cerebro y me dijeran qué me
pasaba, con esto supuse que podía
cambiar sin la necesidad de estar en el grupo. Esto y otras justificaciones
impiden que quienes estemos en recuperación nos abramos con seguridad y
confianza, es lo que nos ofrece la sala de juntas, romper con el Yo, es el
punto de partida para estar convencidos de que estamos haciendo lo correcto en
nuestra recuperación. Ya en otras publicaciones de la gaceta en la experiencia personal, hemos dejado en
claro que por lo menos nosotros aprendimos dentro de un grupo a romper con el
egocentrismo y aceptar que formamos parte de una comunidad, que cada día es un
regalo.
El milagro de haber llegado a un grupo nos rescató de la sentencia
irreversible de terminar en un manicomio, la cárcel o panteón, haber vivido en
silencio la demencia agónica por conseguir la próxima dosis que apaciguara nuestros
remordimientos. Tuvimos que reconocer que este desastre comenzó como un juego…
éramos jóvenes y podíamos controlarlo todo, sin darnos cuenta caímos en el peor
de los fangos y fuimos perdiendo todo juicio, nos fue arrebatado por la
compulsión permanente de la obsesión. No
nos queda otra que aceptar que solos no hemos podido, que cada vez que lo
intentamos solo nos hundimos más y más. No basta saber que se es un drogadicto,
tenemos que romper con toda esta estructura mental y confiar en Dios, es decir
entregarnos por completo en sus manos, su presencia la notamos en la sala de
juntas, cuando encontramos reflejo en los historiales de quienes comparten. Al
confiar nuestros conflictos emocionales al padrino ya no estamos desamparados
ante la ingobernabilidad mental, principal causa de nuestra personalidad
endeble que nos llevó a buscar de manera equivocada el alivio en las drogas.
¿Sabiendo esto, algún día podemos obtener buen juicio? La negación para el
enfermo no solo es una actitud, forma parte de nuestra personalidad
trastornada, la utilizamos como defensa del ego, como una máscara para esconder
nuestras verdaderas intenciones, aunque estas atenten contra nuestra propia
recuperación. También corremos otro riesgo, cuando sentimos miedo y nos ponemos
a la defensiva en el apadrinaje o le damos vueltas y más vueltas a la tribuna,
con esta actitud estamos tratando de escondernos. La sala de juntas es el punto
de reunión para todos nosotros no solo nos desenmascara sino también nos
desnuda de cuerpo y alma, cuando abordamos la tribuna nos encontramos de frente
con nuestra enfermedad, cara a cara con nuestros miedos y deformaciones, esta
confrontación es como si llegaras a esa parte negativa y expulsaras todas tus
deformaciones. Pero también nos gusta jugar a sentirnos normales, permitirnos
ciertos permisos al fin que no pasa nada, y para sentir menos remordimiento nos
comparamos con algunos compañeros, como si estuviéramos en franca competencia,
de haber quien comete los peores errores, con esta actitud imprudente y
desafiante desplazamos a Dios cuando creemos que a nosotros no nos va a suceder
lo que a tantos los ha llevado a la recaída, yo no estoy tan tonto. El
apadrinamiento dentro de la recuperación busca que tanto padrino como ahijado
encuentren y vivan en sobriedad, este valor faculta al juicio de los dos para
entender que cualquier persona puede vivir teniendo muy en claro qué es
necesario y qué es superfluo, si obedece a llevar a cabo la sugerencia. Esto es
egoísta y personal y no hay una regla que mida la recuperación, recuperado no
es el que tiene más dinero, el que tiene determinada carrera, cargo público o
la mejor familia. Hay una leyenda escrita en algunos percheros afuera de la sala de juntas que dice deja colgado tu
ego y mete al enfermo a su recuperación. Nuestro juicio parte del
discernimiento que nos regala la sala de juntas, ahí se nos quitó las vendas de
los ojos y se nos devolvió la luz, la sala de juntas es donde se no dio el
cabal y entero entendimiento para poder obrar con perfecto conocimiento, por
eso nuestro agradecimiento lo demostramos con nuestra disposición. Nuestro
proceso va sembrando amor genuino a nuestro grupo, la soledad y el vacío que
alguna vez sentimos van dejando de torturarnos. Se dice que nosotros los
drogadictos somos personas desahuciadas, que nuestro problema real radica en la
forma que tenemos de ser, pensar y actuar, la droga simplemente es un síntoma
de muchos otros que tenemos, por eso para poderlos identificar tenemos que
hablarlos, el ejemplo más común es el del consultorio, el doctor le pregunta al
paciente donde te duele y este le responde y a través del interrogatorio el
doctor puede detectar qué síntomas le impiden funcionar adecuadamente, le hace
un diagnóstico y receta.
Lo mismo va a suceder con el enfermo, descubre que a
través de la palabra puede ir sanando todo aquello que guardó por años y que
terminó por afectar su juicio y su personalidad. La fe es fundamental para la
rehabilitación, nos da el convencimiento
y la confianza que necesitamos para
depositar en los compañeros nuestro dolor, las sugerencias que nos regalan es
el medio por el que Dios guía nuestros primeros pasos hacia la liberación no
solo de las drogas sino también de nuestro razonamiento ególatra. Si con el
tiempo hay algo de agradecimiento en
nosotros, devolvámoslo con la genuinidad de como lo hicieron con nosotros.
Víctor
Labastida
Comentarios
Publicar un comentario