El
reflejo del espíritu son nuestras palabras
y su lenguaje nuestros actos.
Nadie sabe a ciencia cierta
cómo es que el hombre empezó a comunicarse. Según los evolucionistas el hombre
comenzó a estructurar su lenguaje a partir de la imitación de los sonidos que
rodeaban aquel ambiente. Según dicen que esta teoría es comprobable y se
demuestra en la etapa más primitiva del ser humano y que aún es observable,
cuando se es bebé. En esta etapa la personita depende totalmente de la atención
y comprensión que le den, si el niño quiere algo lo pide con gestos, balbuceos
o berridos, hasta ese momento su comprensión depende de su grupo familiar,
quien a manera de juego y de interacción va proporcionándole los elementos para
que pueda madurar su comunicación, se dice que hasta este momento su
inteligencia es práctica. ¿Pero, qué pasaría si el hombre se quedara en esa
etapa? Su desarrollo social y de relación serían muy limitados y por ende su
proceso de formación tendría problemas con sus relaciones y sus afectos, es
decir, si no desarrolla relaciones sanas en esta etapa de formación, creará una
dependencia patológica, esta se manifiesta en exigir permanentemente la
atención de los demás, sin importarle los compromisos que tengan los demás ni
su libertad, solo importo yo y nadie más, ni siquiera su mamá o papá.
Todos,
de alguna manera, tenemos la necesidad del afecto y en todo tipo de relaciones
las dependencias son necesarias, la diferencia de la necesaria y la patológica
está en la cantidad de atención y sobre todo de protección que exige la
persona. Si lo analizamos parece ser nuestro caso. El tema que me tocó para
este número de la Gaceta es: lo importantísimo de la comunicación y lo benéfico
de la palabra dentro del apadrinamiento. Quise empezar de esta manera porque
uno de los conflictos que experimentamos los que llegamos a un grupo es el
temor al abandono, porque nunca supimos expresar nuestra necesidad, el silencio
en nosotros detonó en una serie de crisis emocionales y espirituales, que los
queremos resolver de acuerdo a nuestra manera. El fracaso en nosotros es
inexplicable para las personas que nos conocen y pueden hasta lamentarse ya que
ven en nosotros algo bueno.
En
nuestro ingreso a un grupo, los conflictos mentales generados por la
abstinencia tratan de justificar no querer estar en el grupo, el vacío que
experimenta la persona se da por el temor a no saber qué es lo que quiere para
sí y espera que los demás se le proporcionen o le devuelvan lo que perdió, ya
que es la única manera que conoce. Por otra parte la familia al no saber qué es
lo que el enfermo quiere le da todo, menos lo que necesita, ahí está su
fracaso. Cuando la persona está en estas circunstancias no hay nada bueno en su
mente, solo caos y confusión. Que estemos en la sala de juntas es lo mejor que
nos pudo haber pasado, aunque hay un revelamiento anárquico, la bendición es
que no estamos solos con nuestros pensamientos temerosos y llenos de
incertidumbre, estamos empezando a escuchar y cómo lo hagamos no importa, ya es
un paso.
Ahora
tenemos que buscar quién nos guíe: “el padrino”, no es nadie especial,
simplemente es la persona que nos asiste o favorece en nuestras necesidades
emocionales, guía las pretensiones y procura el bienestar, por encima del
propio. Esta sociedad tiene que quedar bien definida ya que el único interés de
esta relación es el apadrinamiento. La unidad que pregonamos en la asociación,
radica en este acto tan simple, si por la boca enfermaste, por la boca vas a
sanar. Las emociones cumplen una función en nuestra vida nos relacionan y nos
lleva a dar respuestas a nuestro ambiente social, laboral, escolar, familiar,
etc. Las personas que tienen una buena salud emocional, son conscientes de sus
pensamientos, sentimientos y comportamiento, el estrés y los problemas que se
presentan los afrontan sin mayor dificultad y los hacen parte de su vida de una
manera normal. Para nosotros los problemas emocionales son una verdadera loza,
las emociones que más relacionadas están con el sufrimiento de la actividad y
en algunos casos dentro del grupo, son el miedo, rabia, angustia, tristeza,
ansiedad, producen una alteración en la percepción y por ende en nuestro
juicio. Se produce una desorganización en los pensamientos al no poderlas
comprender, son lastres que andamos arrastrando, el cuerpo solo interpreta y
responde a esa emoción que se quedó ahí atorada y no resuelta, nos molesta
mucho pero permanecemos incapaces para deshacerla, por la manera como pensamos,
sentimos y actuamos, todo este dolor
emocional provoca confusión.
Es
muy cierto, nosotros somos lo que pensamos, el juicio que hacemos de nosotros
mismos es de lo más nefasto, nos castigamos y nos condenamos sin ninguna piedad
o nos vamos al otro extremo al sentir lástima por nosotros, el otro lado de la
moneda. El enfermo que llega al grupo tiene que darse cuenta que no está solo y
que no es el único con esa serie de ideas. El padrino cuando está con el ahijado,
aún sin decirle nada, solo con la atención que le pone, le da voz a esa serie
de emociones que han estado sepultadas por años, el padrino siempre le va a
hablar con franqueza y sin exhibirlo, ya que comprende que en las palabras que
vierte está su aliviane o su sanación; pero no es tan sencillo ya que el
principio de la comunicación de este genera una actitud de desconfianza y
resentimiento, porque el ahijado no escucha lo que él quiere y esto dificulta o
impide la relación con el padrino, o simplemente no quiere hablar, se encierra
en sí mismo, en cualquier caso no es más que una regresión de aquel niño que no
sabe expresar lo que siente, desea nuevamente que el mundo se adapte a él y,
déjenme decirlo, esto es a cualquier tiempo ¿Por qué no te apadrinas? Sencillo,
porque no quieres hablar, por orgulloso, vuelves a ser juez y verdugo de ti
mismo. Y como no habla sus "generamientos" (disturbios emocionales), obviamente
los juicios se condicionan a deseos malsanos y deformados, es decir, a las
emociones enfermas.
El
primer requisito que tiene el apadrinamiento es la comprensión, no juzgar y
estar abierto, la tolerancia es otro elemento tan necesario, “al grupo no
llegan personas cuerdas, ni emocionalmente sanas, tengan el tiempo que tengan”,
para darle sentido a nuestra vida tenemos que decir hacia dónde queremos ir,
nadie que quiere ir a un lugar toma cualquier camino al azar, por eso al
padrino se le llama guía. Un conflicto que se presenta en esta relación es que
el ahijado por sus carencias puede reflejar en el padrino toda la carencia de
afectos y está propenso a desarrollar esa dependencia tan negativa para su
formación, si la persona no quiere crecer, habrá que tratarlo como el adulto
que se espera que sea y no como niño que le gusta ser, la función del padrino
no es sobreproteger al ahijado, simplemente lo acompaña en su proceso de
recuperación. Ahora, el padrino no inventa nada, el proceso que vive en la
recuperación le da los elementos para guiar al ahijado, no le va a decir nada
que no haya hecho antes, aquellas palabras tan sencillas que recibió de su
padrino, ahora las comparte con la persona que escucha.
Nosotros
los de tiempo damos testimonio de la fuerza que tiene tienen las palabras en
nosotros, el hablar de nuestros conflictos nos sacan del aislamiento, nos
despojan de las vendas de la obstinación y nos dan rumbo seguro, estoy seguro
que nadie se ha perdido cuando se comunica, es a través de las palabras en
donde nos reconocemos y aceptamos lo que somos y con esto que somos nos
presentamos al mundo todos los días, el testimonio que damos no es otra cosa
que con nuestra vida representamos a aquel resucitado, Lázaro, que fue sacado
de las tinieblas y ahora da testimonio del milagro, el Buen Jesús con unas
palabras lo sacó de la oscuridad a la luz, le dijo levántate y sal de ahí. Lo
mismo todos los días lo hace con cada uno de nosotros.
Víctor Labastida.
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