El Amor misericordioso de Dios
Amar,
amar es más, es algo más…
Los
seres humanos por lo general entendemos el amor como un intercambio de dar y
recibir. En parte, esto es correcto, ya que si bien el amor implica amar
también significa ser amado y hombres y mujeres, por diseño divino, tenemos la
profunda necesidad de ser amados y de amar.
Desafortunadamente
el amor humano es algo que está condicionado y esto lo limita. Muchas veces
esperamos recibir primero para poder dar algo y por otro lado cuando tomamos la
iniciativa de dar es porque tenemos la seguridad de que recibiremos algo a
cambio.
Por
lo general solo amamos a quienes nos aman. Difícilmente podemos amar a quien no
nos ama y mucho menos a quien nos daña o nos ha lastimado, incluso no solo no
amamos sino que llegamos a aborrecer y hasta odiar al que nos ha hecho bien. En
ocasiones hay personas que no nos han hecho nada, pero por alguna extraña razón
nos son antipáticas, no nos caen bien y sin una causa real las aborrecemos y en
el mejor de los casos las ignoramos tratándolas con una total indiferencia.
Muchas veces de manera inconsciente dictaminamos, de acuerdo a nuestro juicio, que
hay personas que no merecen a nuestros ojos ser amados y así las rechazamos y
despreciamos.
Con
mucha frecuencia los seres humanos solo amamos lo que a nuestro juicio merece
ser amado. Desde el punto de vista del Creador esto no es amor. Y esto más que
amor pareciera ser más una reacción instintiva. Los animales de alguna forma reaccionan
de esta forma, con la diferencia que ellos no conocen el odio.
Jesús
vino a ensañarnos otra clase de amor, o lo que en realidad significa el amor.
Pues lo que los hombre y mujeres le llamamos amor es más un intercambio
comercial condicionado que un sentimiento verdadero que nos lleva a una acción
de bien genuina.
Dice
la palabra, “El amor es de Dios”, (1ª de Juan 4:7), Dios es el origen del amor, pero no del amor humano
que conocemos, el amor lo creó Dios y lo que experimentamos los hombres y mujeres
en este mundo es una versión devaluada muy
alejada de este amor.
Jesús
vino a la tierra, precisamente a enseñarnos a amar con este amor. El amor del
Padre se extiende de manera extraordinaria y nos conduce a él, para que lo
conozcamos y lo podamos disfrutar y compartir.
En
el Evangelio de Lucas capítulo 15 encontramos la parábola del Hijo Pródigo, con
la que Jesús nos lleva a conocer más sobre el amor de Dios.
Esta
parábola nos habla de un Padre que tiene dos hijos. El hijo menor le pide que
le reparta su parte de la herencia que le corresponde y así se va de casa a una
provincia lejana y allá vive una vida disipada, despilfarrando y mal gastando
todo los bienes que ha recibido.
Finalmente
las consecuencias de vivir perdidamente lo alcanzan y cayendo en una condición
de extrema miseria. Y llegando muy bajo, en medio de un profundo sufrimiento el
joven cobra conciencia, se da cuenta que se equivocó, se arrepiente de lo que
ha hecho y decide, humillado, regresar a casa.
El
Padre al verlo de regreso, dice la Biblia textualmente: “… lo vio su padre, y
fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello y le beso”. El Padre se alegra grandemente y prepara una
gran fiesta para agradecer y regocijarse de que ha recuperado a su hijo
perdido. Por otra parte el hijo mayor, que se quedó en casa, sirviendo y
apoyando a su padre, considera muy injusto lo que ha hecho su padre, frustrado
y enojado no participa de la alegría del Padre. Sin embargo, el Padre lo
comprende y lo invita a participar de la ocasión, compartiendo con él todas las
cosas como suyas también.
En
este relato observamos que ambos hijos no participan del amor del Padre, aunque
ambos son amados por él, uno lo menosprecia y se aleja de él para vivir su
propia vida y, por otro lado, el hijo
que se queda no entiende, ni aprueba lo que hace su padre al regresar su hermano
y muchos menos se regocija a con él. El amor de ambos es humano y está
condicionado por sus propios intereses, al mirar solamente por lo suyo no
alcanzan a darse cuenta de cuánto los ama el Padre. No obstante que ellos no lo amen, él si los ama.
El
hijo mayor no entiende cómo su Padre ama a su hermano que a sus ojos no merece
ser recibido y tratado así. Pero en esto precisamente radica la misericordia,
que es amar a quién no merece ser amado.
Amar
a quién me ama, o quien creo que es digno de ser amado no tiene ninguna
implicación o esfuerzo mayor, podemos decir que es un acto de correspondencia y
conveniencia. Dice Jesús, en el evangelio de Mateo: “Si amáis a los que os aman,
que hacéis de más”.
El
verdadero amor implica amar con misericordia, amar sin restricción, sin
condición, sin limitaciones. El Padre ama a los dos hijos y no limita su amor
por ninguno, a pesar de los dos distintos comportamientos.
Cabe
señalar ahora, que en el camino de entender el Amor Misericordia, el hijo menor
está más cerca de hacerlo por todo lo que ha experimentado. En su corazón, él
no se siente merecedor del perdón y del amor de su Padre. Reconoce lo que hizo
y asume su responsabilidad, ha cobrado conciencia de lo que merece realmente y sinceramente no siente ser digno de llamarse hijo de su
Padre, no obstante es evidente la aceptación, el perdón y el amor
misericordioso de su Padre.
Estará más cerca de experimentar el misericordioso
amor de Dios, aquel que se ha sentido perdonado con misericordia.
Muchos
de nosotros sabemos que hoy estamos de pie, vivos, con un techo, con alimento y
salud, recibiendo una nueva oportunidad, a pesar de que hemos hecho cosas
contrarias al amar del Padre, y no lo mereceríamos.
Amar
con misericordia implica cobrar conciencia de lo que hemos hecho y de cuánto
nos ha amado el Padre, y en esta ubicación nos sintamos muy agradecidos y muy
afortunados. Y de esta manera podamos sentir compasión por otros, perdonarlos y
no limitar nuestro amor, para amar con misericordia así como hemos sido amados.
Dios
nos ha amado de esta manera y nos dio lo más amado por él que fue su Hijo
Jesús, quien vino a dar su vida por todos nosotros, para que creyendo en él,
pudiéramos aprender a amar con misericordia.
Ahora
entendemos que amar sin perdonar, amar con condiciones no es amar. El amor
verdadero es misericordia e implica muchas veces perdonar y sentir compasión
para ayudar a levantar a aquel que ha caído y que necesita una mano. Y también
para aquellos que aún no logran ver, que no han despertado como el hijo mayor,
porque son los que más misericordia necesitan, porque por su ceguera están más
lejos de entender y experimentar el verdadero amor de Dios.
Recordemos
que el Padre tuvo misericordia de los dos hijos por igual, a ambos los amo,
solo que uno lo entendió y el otro no. Meditemos: ¿Quién necesitará de más
Misericordia?
Dice
la palabra:
“Sed, pues, misericordiosos, como también
vuestro Padre es misericordioso”. (Lucas 6:36).
Josué Bereshit
Comentarios
Publicar un comentario