Entre lo terrenal y lo espiritual…
En plena infancia miré la escena en
una película, sobre el tema de la pasión de Jesucristo. Me conmovió la imagen
donde el juzgador Pilato dice: “¿A quién liberamos, a Barrabas o Jesús que se
dice el Cristo?” (Mt 27, 17) Contrario a la lógica, el pueblo judío endureció
su corazón y exclamó: “A Barrabas, queremos a Barrabas”. (Jn 18, 40) El resto
de la historia muchos la conocemos. Por razones propias de la inocencia pueril,
me resultó difícil comprender la actitud contradictoria del pueblo de Israel,
al inclinarse por el delincuente de Barrabas. Esa disyuntiva en escoger a Jesús
o Barrabas se nos sigue presentando de forma cotidiana en nuestra vida. Es el
tema de disertación del Segundo Paso; cómo, por qué y de qué forma entrar al
terreno espiritual para dejar de servir a lo material, al ego o por llamarlo de
algún modo: nuestro “Barrabas” interno para pisar terreno firme en el ámbito
espiritual.
No es accidente que a nuestra llegada
a un grupo de DA nos digan: “Has llegado a una entidad espiritual”. Por lo
mismo de que el terreno material tiene preponderancia en nuestro mundo sobre lo
espiritual. A menudo nos confundimos y creemos que somos materia, y hay algo
espiritual en nosotros, nada más falso. Somos esencialmente espirituales y hay
una parte mínima de nosotros que es material. En la práctica debemos de reconocer
que lo material siempre está por encima de lo espiritual porque nosotros así lo
hemos elegido.
La historia de la humanidad está
sazonada de paradojas, no es raro que nuestra propia historia también se
construya de contradicciones. Porque si hemos servido a “Barrabas”, a lo
material, y pusiéramos bajo prueba de ácido esta actitud, por lógica debemos de
arrojar resultados de multiplicación y de suma. Al revelar el análisis, nos
encontraremos con que no solo hemos restado, sino que también estamos divididos,
confundidos y en la miseria. Qué socio puede ser tan canalla en prometerte las
perlas de la virgen, inspirarte a perderlo todo, tenderte una trampa, seducirte
con sus promesas y al final abandonarte a tu suerte. No solo eso, este mismo
enemigo interno se va a encargar de reprocharte tu fracaso y cuando intentes
separarte de él, tampoco te va a dejar. Estamos ante un enemigo poderoso, de
cuidado, donde también hay que agregar algo más severo: “Solo contra este
enemigo no podremos”. Necesitamos la ayuda de los demás, ahora falta que tú
quieras. Ante semejante caballerosidad de nuestro Creador, respeta tu albedrío.
Para quien lo dude, basta con echar
una mirada en su espejo –como lo refiere el Tercer Paso− y verá cómo nos ha ido
con este socio traicionero. De seguro a todos nos arroja un resultado negativo.
Nuestro ego llevó delantera sobre lo espiritual. Este pequeño análisis revela
resultados que son nuestra fortaleza, por lo menos ya contamos con la enseñanza
no en teoría, sino vivida que cuando sirves a tu alma y no a tu espíritu por
poco y te cuesta la vida. Así opera “Barrabas” en nosotros, así nos seduce.
Mejor aún es compartir con tono esperanzador que existe un mejor socio. Si
todas las dependencias rayan cuando van al extremo, en enfermizas, depender de
este Socio es liberador –como de forma atinada lo propone el Tercer Paso–. Y,
es que es duro reconocer que no solo hemos prescindido de lo espiritual, sino
no tenemos interés o hambre en acercarnos a Dios. Es duro reconocer que no
sabemos tomar decisiones. Cuando se trata de tomar resoluciones, casi siempre
son erradas. Si no díganme ¿Qué persona en sus cabales se va del paraíso para
irse al infierno? Nadie quien precie de tener buen juicio lo haría. No es mi
caso, un día dejé mi hogar donde como en el paraíso se me proveía de todo, para
irme al infierno de la calle. Todavía con algo que es peor: “No les voy a dar
el gusto a nadie de que me vean pedirles ayuda”. ¿Cómo ayudar así a alguien tan
soberbio? El caso de nosotros los enfermos del alma es el de hijos caprichosos
e “incomprendidos” por su padre, y bajo este pretexto nos alejamos. El
resultado de vivir separados de los demás todos lo conocemos: la soledad, el
vacío, el cansancio de la vida.
Qué curioso, mucho tiempo creí que si
tenía un auto nuevo, iba a ser el hombre más feliz de la Tierra. Cuando lo
adquirí un carrito salidito de agencia con quince kilómetros en el tablero, lo
estrené, estaba feliz. Al poco tiempo desapareció la emoción y regresó el
tedio. No fui feliz del todo. Soñé en que si me daban el servicio de presidente
de un grupo de la asociación, sería muy feliz. Cuando por fin fui presidente de
un grupo, mi ego se satisfizo, pero regresó el tedio. No fui feliz como lo
esperaba. Un día generé que si adquiría esa ropa o zapatos que me gustaron,
sería feliz. Cuando los tuve, mi felicidad fue pasajera, al poco tiempo se me
escurrió de las manos. Luego un compañero de mayor tiempo me motivó con su
ejemplo a estudiar y pensé: “El día que termine mi carrera seré muy feliz”.
Hace unos meses terminé la licenciatura en Derecho, y me puse contento de mirar
ese logro concluido. Pero sin ser aguafiestas, tampoco ahí está la felicidad.
Es más, la fórmula para ser un ser humano infeliz es muy simple: “Llénate de
deseos y haz una larga lista de todo lo que necesitas”. Que se te cumplan no es
garantía, lo que sí puedo garantizar es que entre más larga sea la lista más
infeliz serás. Insisto la felicidad no está en atender lo material, el ego o a
“Barrabas”. En contraste, ¿quieres ser feliz? Debemos de compartir que ya lo
somos por el simple hecho del regalo de la vida. Nuestro ser ya se realizó.
Muchos todavía adultos estamos disertando en qué vamos a ser de grandes.
Perdemos de vista que no debemos buscar qué seremos, porque YA SOMOS. Tanto es
así, que el Espíritu de Dios habita en nosotros. La desatención a la parte
espiritual nos ha hecho seres vacíos; atender la parte espiritual nos hará
gente realizada.
Encontrar la respuesta a este dilema
de mi vida entera, me ha llevado años entenderlo. Cuando escucho a un
compañero, cuando me olvido de mí, cuando ejecuto un servicio, en un momento de
oración, en una charla con un nuevo, es decir, cuando me olvido de mis
pensamientos egoístas para atender las necesidades de otro, esa dinámica le da
un sabor diferente a mi vida. Paradójicamente entre más pienso en mí, más
esclavo soy, y eso le encanta a mi ego enfermo, a mi Barrabas interno; cuando
me olvido de mí para ir al otro, más libre soy, en ese momento le sirvo a mi
parte espiritual, a esa infusión de Él que habita en mí y que me libera. Tú
decides; por fin… ¿A quién sirves a Jesús o a Barrabas?
Rolando Orozco
Nakachi
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