El poder de la palabra
en la rehabilitación
Yo no sabía qué esperar a mi llegada al grupo, solo
sé que era un joven que sin haber logrado mucho de la vida, me sentía como si
lo hubiera perdido todo. Estaba desanimado, realmente poco me importaba lo que viniera.
Tenía 16 años y me sentía como me imaginaba, como alguien de 70, no tenía
ilusiones, me sentía cansado, no sabía para donde mirar que no me asolara la
culpa o el odio. Ni siquiera pensaba en lo que un grupo sería, iba como
autómata, realmente parecía un zombi. Era el último intento que mi madre hacía
por ayudarme, así me lo hizo saber. Sin escuela, trabajo, novia, motivación, ni
nada que se le parezca.
Era un martes muy frío del mes de febrero, no sé si
era el frío común, propio de la fecha, o el reflejo de mi alma, el frío que ahí
se sentía. El autobús proveniente de Oaxaca entraba a la Ciudad de México y
abriendo los ojos veía la ciudad que solamente en la televisión había visto,
muchas casas, casas viejas muchas de ellas, carteles de lucha libre que
llamaron mi atención ya que cuando era niño esperaba que llegaran los martes
para que saliera la nueva cartelera del jueves o del domingo en la arena “San
Francisco”, ¡cómo me gustaban las luchas!, veía luchadores que allá eran
“estelares” aquí abrían las funciones de lucha en la “Arena Coliseo”, o el
“Toreo de 4 Caminos”. ¿Qué más da?, seguí dormido, o más bien, cerrando los
ojos. Un taxista nos llevó a dar vueltas un buen rato y estuvimos a punto de ya
no dar con el lugar, a no ser que mi madre, en esa bendita desesperación, se
bajó del taxi y preguntó. Ahí estaba “Liberación” y mi primer encuentro con él.
Está clara en mi mente la imagen de dos personas que
en mi futuro en esta nueva y buena experiencia jugarían un papel muy importante
y determinante; uno de ellos, Víctor, sentado en un sillón en la oficina del
grupo, sorprendido cuando se abre la puerta de la oficina me dice: “Qué onda
chavo, ¿Cómo te llamas?, ¿de dónde vienes?, ¿a qué le metiste? Frases que en la
medida que voy conociendo a los más de 80 compañeros me repiten lo mismo: “Aquí
te vas a poner bien”, me dice; “te estábamos esperando”, “sabíamos que ibas a
llegar”. Qué raras palabras, mi situación no las valora en ese momento, más
adelante... se agradecen. En mi cabeza está mi situación, lo que debo, lo que
hice, lo que no hice, los errores, sentimientos de culpa. Casi no escucho, solo
lo necesario. Los compañeros me llevan a conocer la casa, me explican a detalle
cada espacio de la pequeña casa, a todo muevo la cara asintiendo pero “¿a mí
qué me interesa lo que me dicen?” Que frío se siente. “Es tu espíritu”, me dice
un compañero en son de cotorreo. Solo río.
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Llegaste a puerto seguro.
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La guerra ya se acabó.
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No llores por lo mucho que has perdido, lucha por lo que te queda.
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Tu pasado es un cheque cancelado.
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No te futurices... solo por hoy.
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Estás viviendo tiempos extras, este tiempo Dios te lo está regalando
para recoger lo que has regado.
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Voltea a tus lados y ve quien de la banda está aquí, para que veas que
tú eres afortunado.
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Dios metió las manos a los escombros humanos para rescatarte a ti.
Nadie puede decir que esto no cuesta, personalmente
me costó muchísimo pero cómo agradezco que haya sido así, ya que de otra manera
no hubiera valorado mi sobriedad.
El frío se fue quitando poco a poco, algo parecido a
la paz apareció y fue bienvenida.
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Aquí todos somos los mismos actores solo que en diferentes escenarios.
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Estamos cortados con la misma tijera.
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Somos calcas al carbón.
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La honestidad que le pongas no es para los demás, es para ti.
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Esto es egoísta y personal. Lo que hagas o dejes de hacer solo te
beneficia o perjudica a ti mismo.
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Puedes decir que te duele la cabeza pero si te duele el estómago el
dolor va a persistir, hasta que no digas lo que realmente te duele y te causa
el malestar.
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Una piña no puede piñar al piñador.
Lo que quiero decir con esto es que estas palabras
que he escrito las pude haber escuchado en otro lugar, honestamente no lo
recuerdo, pero que me lo dijera otro enfermo igual que yo tenía un impacto muy
fuerte en mi persona. Ese mismo impacto que seguramente tuvieron en ti y en
miles de compañeros que se han dejado tocar por el espíritu de esta asociación.
Son las palabras las que nos salvan, son ellas las
que poco a poco van devolviéndonos el hambre por vivir, y por vivir bien. Esas
palabras que no te dejan ser mediocre, que te exigen, que te confrontan. Esas
que se quedan registradas en lo más profundo de ti para cuando sea necesario.
JLSM.
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