La humildad en el padre la familia



Esta ocasión hablaré de la falta de humildad y de su mala interpretación en el padre de familia, pero además de lo que significa la humildad en la manera de vivir en el terreno de la paternidad. Por lo que, primero hay que comprender qué es la humildad para después hablar de lo que significa la humildad en la manera de vivir en los que somos padres. La humildad, dice el diccionario de la RAE, es el conocimiento de las debilidades y limitaciones y actuar conforme al conocimiento que se tiene. Tomaré algunos textos de nuestros Doce Pasos para dejar en claro que estos no pierden vigencia y que quien los trata de poner en práctica en cualquier área de su vida tendrá resultados favorables.
Se dice que no hay escuela para padres y que los padres vamos aprendiendo en el recorrido del amor por los hijos, bueno, los que somos DA sí tenemos una escuela para padres y además la bendición de tener un guía que siempre está ahí pronto a escucharnos. Ahora bien, que yo aproveche o no esos recursos es otra cosa. El tener una escuela para padres –que más adelante hablaré de ella–, no significa que en la familia todo estará bien, porque es claro que no solamente los padres convivimos con los hijos, sino que sus amigos, la tecnología, los profesores y otras personas de alguna manera influyen en su personalidad por la convivencia cotidiana.
La sala de juntas es para nosotros una escuela para padres, porque en ella los padres nos comparten sus errores, nos regalan, pues, su sufrimiento para que nosotros lo evitemos, si es que queremos. Además, en esta escuela, los padres tenemos la oportunidad de ventilar nuestras dudas, nuestros temores, angustias, miedos y demás, de tal manera que al hacerlo vaciamos todas esas emociones dañinas; pues de no hacerlo seremos egoístas, criticones, malhumorados, actuaremos con desdén si no cumplen nuestros caprichos, caeremos en la tentación de gobernar las vidas de nuestros hijos con mano de hierro, seremos chantajistas y manipuladores. Entonces, la decisión es nuestra, ponerle humildad a nuestra bonita tarea de ser padres o no, insisto, el hacer lo que nos corresponde, hacer no significa que las cosas sean como las esperamos, recordemos que a nosotros nos corresponde la acción, pero los resultados no nos pertenecen.
Se dice que cada acción tiene una reacción y es cierto pero, atención, el padre que crea que porque sembró, por ejemplo, el valor de la honestidad su hijo será 100% honesto, su pensamiento carece de humildad, porque el padre no reconoce que el hijo tiene sus propias ideas, sus sentimientos y en otras palabras, tiene una mismidad única e irrepetible. Cuando se dice que cada acción tiene una reacción, para nosotros los padres, se debe entender que en la medida en que yo haga lo que debo de hacer la reacción va a ser estar emocional y espiritualmente en paz. Pero ¿qué es hacer lo que tengo que hacer?: vivir el programa, hablar con mi padrino de esas emociones y pensamientos dañinos, estar en mis juntas de recuperación, practicar la oración y la meditación.
Nosotros los DA sabemos bien que el problema de la drogadicción no se dio por un solo factor, sino que, hasta la fecha no se sabe en realidad cuál fue el detonante, podemos darnos cuenta de algunos factores de riesgo, pero nada más. La relación de este comentario con el papel de padre es importante, ya que muchas veces en el trascurso de la vida de nuestros hijos, cometerán menos o más errores de los que nosotros cometimos; y cuando eso sucede nos preguntamos: ¿En qué me equivoque? ¿Qué hice mal? ¿Por qué hizo eso si no le enseñamos otra cosa? Algunas veces la pregunta en lugar de darnos una respuesta favorable, nos ocasiona miedos, dudas, culpa, remordimientos y otras emociones que por falta de humildad en nuestras vidas, nos laceran sin cesar.
Quiero dejar en claro que de ninguna manera estoy justificando la inacción de los padres, en cuanto a sus responsabilidades como tal, sino que lo que se pretende es que pueda comprender como padre que soy, que estoy seriamente limitado respecto al pensar y actuar de mis hijos. En este terreno diré que tantas veces me ha dicho el viejo: “respétalos” pero ¿Qué es respetarlos? ¿Acaso es dejarlos hacer lo que ellos quieren? Por supuesto que no, respetarlos es considerar y comprender su proceso de crecimiento emocional e intelectual. Comprender que ellos –los hijos– tienen que cometer sus errores y que yo no los puedo evitar, que a mí me corresponde estar ahí para cuando lo necesiten, que precisamente son los tropiezos los que los van a formar, que ellos cambiarán cuando tengan que cambiar y no cuando yo quiera que cambien. Respétalos, respétalos, respétalos, una y otra vez hasta que me quede claro que respetarlos es: orientar y no obligar, que respetar es dialogar, escuchar opiniones y no imponer razonamientos; que respetar es dar y no esperar recibir, que respetar es amar sin condicionamientos, que respetar es esperar pacientemente que Dios haga lo que tiene que hacer mientras yo hago lo que me corresponde, que respetar es estar esperando que el hijo regrese y no para castigarlo o echarle en cara sus faltas, sino para abrazarlo y decirle: aquí estoy y te sigo amando igual o más que antes.
¿Cuáles son los errores que cometo como padre? La mayoría de los problemas en la relación con mis hijos, no tengo duda, son el querer que ellos actúen, piensen y sientan como creo deben ser, entonces, cuando no lo hacen mi reacción es de molestia; el fondo de ese actuar mío tiene que ver con querer tener la razón. Casi siempre que quiero tener la razón los problemas se agravan, se crea un ambiente sucio y si digo sucio es porque lo que ensucia cualquier relación en la familia es querer tener la razón y como dice nuestra literatura: cuando eso sucede hay menos paz y fraternidad que antes.
La humildad en el rol de padre es fundamental para la formación de los hijos, humildad para reconocer su mismidad y no para tratar que ellos sean como quiero que sean. Humildad para mostrarles el amor de Dios a través de comprender sus limitaciones y sus capacidades pero, sobre todo, para presentarles a Dios a través del amor que les demuestro a ellos, y no solamente me refiero a las palabras de: te amo y te quiero, no, sino a través de los actos insignificantes, como cuando se equivoquen escucharlos y comprenderlos y no hartarlos de sermones de cómo deben de ser las cosas; humildad para enseñarles la responsabilidad de vivir de mejor manera y ¿qué es vivir de mejor manera?, pues viviendo valores y no solamente enseñando con la palabra; valores como el orar a Dios, servir a los demás, pedir perdón, dar caridad y respetar a los demás como ellos sean.
Confesaré algo, recientemente salí a correr con mi hijo, después de observarlo cómo y cuánto corría salió a relucir mi falta de humildad por no decir mi estupidez, empecé a sermonearlo, una y otra vez, hasta el cansancio; sermones de cómo deben de ser las cosas, de la perseverancia, de la mediocridad y de toda esa cantaleta que como padre dispongo, de reojo observaba la molestia de mi hijo; al día siguiente le dije vamos a correr, después de lo que pasó ayer no siento ganas de ir nuevamente contigo, me dijo. Sí, falta de humildad para aceptar que el otro no es ni será jamás como yo quiero que sea y que menos hará las cosas como yo quiero que las haga. Por eso es necesaria la humildad,  para algunas veces ver desde lejos y algunas veces desde cerca su desarrollo emocional, intelectual, corporal y demás.
Pasaron algunos días hasta que hablé con él y le dije: “Hijo, te quiero pedir me disculpes por lo de ese día que fuimos a correr, por la forma en cómo te traté y por no dejarte ser y que aprendas de tus errores y no de los míos”; no te preocupes, me dijo, lo entiendo, al día siguiente y los subsecuentes salimos a correr y simplemente disfruto de su presencia, si corre cinco o seis kilómetros o simplemente camina un kilómetro ya no me preocupo por eso, mejor me he ocupado de estar a su lado y disfrutarlo.      
De los otros errores que con frecuencia cometo es cuando he prometido algo y no lo he cumplido, pero atención, no le he cumplido no porque no tenga los recursos, no lo he cumplido porque me falta la humidad para acercarme y pedir permiso; humildad para reconocer y aceptar que el servicio y el trabajo cualquiera lo puede hacer, pero el papel de padre, solamente uno lo puede cumplir, y ese uno, soy yo, nadie más, no le puedo encargar mi responsabilidad de padre a la escuela, al deporte o alguno otro.
La humildad en la manera de vivir en los padres es fundamental, fundamental para comprender que los hijos son huéspedes y que algún día se irán de casa, que mi deber es prepararlos para que se vayan; humildad para comprender sus equivocaciones de la misma manera en como comprendo las equivocaciones de los demás –ahijados, por ejemplo–; humildad para pedir ayuda y para dejarme ayudar en mi tarea de padre; humildad para reconocer que me equivoco tantas veces y que no todo lo sé, que ahora muchas veces mis hijos están mejor informados que yo respecto a diversos temas; humildad para pedir disculpas cuando tenga que hacerlo; humildad para abrazar, para alentar, para saber escuchar y  no solamente oír, para corregir sin culpa, para corregir con amor y no con molestia, para sembrar y esperar el tiempo de la cosecha.
La familia es el lugar del encuentro con mundos diferentes, es el lugar donde se tiene la oportunidad de amar desinteresadamente, es el lugar donde los padres tenemos la oportunidad de reconciliarnos con nuestro pasado y el puente que nos permite pasar de un estado a otro son los hijos, porque a través de ellos podemos dejar atrás o al otro lado del puente a ese niño que fue maltratado, ofendido, lastimado, rechazado y muchas veces abandonado. La familia es lugar de perdón, lugar de paz, lugar donde convergen sentimientos, pensamientos, ideales y demás cosas diferentes, pero que a pesar de las diferencias, el amor une a todo eso en un todo. La familia cura, la familia consuela, la familia alimenta el cuerpo, la mente y el espíritu. La familia es el lugar donde tiene presencia el más grande misterio de la vida, la vida misma. 
Con cariño y respeto: Artemio Manzano

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