Un pequeño cuentito. 


Si quieres hacer feliz a un niño, cuéntale un cuento que le apasione. Muchas veces te pedirá que se lo vuelvas a contar. Para el niño, un cuento está lleno de magia, y su riqueza es inagotable. Nosotros, los adultos, agotamos muy pronto sus significados, porque nos vamos quedando sin imaginación y perdemos la frescura del niño. El movimiento del 68 en París, proclamó una frase revolucionaria: “La imaginación al poder”. Con esto, los jóvenes querían decir que ya estaban hartos de tantos discursos políticos: huecos y llenos de promesas mentirosas.  


Una mañana salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar. Posiblemente quería quedarse un buen rato contemplando la salida del sol y escuchando el rumor de las olas. Pero, resulta que se le fue acercando tanta gente, que hubo de subir a una barca y sentarse en ella porque la muchedumbre estaba ávida de escuchar su palabra, porque ésta ni era hueca ni mentirosa. Y comenzó a hablarles en parábolas, es decir, comenzó a contarles cuentos: de esos que tanto apasionan a los niños. Les dijo que el Reino de Dios se parece a una semilla de mostaza que tomó un hombre y la sembró en su campo. Es ciertamente la menor de todas las semillas, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen a anidar en sus ramas. 


Un día, un amigo me regaló una bolsa de plástico con semillas de mostaza. Entonces fue cuando comencé a comprender la parábola de Jesús. Cada semilla era del tamaño de un granito de la consistencia del talco, pero de color amarillo. Me era imposible tomar una sola semilla en la yema de mi dedo índice. También me era imposible observar una sola: hubiese necesitado, para observarla, un poderoso vidrio de aumento. Sin embargo, esa insignificancia contenía ya todo su poderío de crecimiento. Genéticamente ya estaban diseñados su tronco, sus ramas y sus hojas. Seguramente, las gentes que escuchaban a Jesús lo comprendieron al instante porque estaban en continuo contacto con la naturaleza, por ser la mayoría agricultores. Lo que tenían que hacer era recordar sus campos y sus huertos en donde crecían árboles de mostaza. Para ellos, era una verdad incuestionable basada en su experiencia. Pero lo más emocionante fue descubrir que, de la misma manera, Jesús acababa de sembrar en sus corazones la pequeña semilla de la espiritualidad. 


También ustedes tienen sus campos y sus huertos en donde Jesús está sembrando la semilla para la liberación de la energía divina, para que ilumine el sendero a la vida y la salida de un nuevo día; para recobrar la libertad y encontrar el camino del renacimiento en el Espíritu Santo, y generar nuestra armonía en la búsqueda que nos conduzca a la fuente de vida, con la esperanza de que en esta nueva vida llevemos la misión, la alegría y el mensaje de Jesús que sale a nuestro encuentro con el mensaje de la alegría del hijo pródigo sintiendo el abrazo reconciliador del Buen Padre en este nuevo amanecer en donde beberemos del manantial de vida, gracias a la promesa de nuestro maestro Jesús que nos vino a despertar con su providencia y con su luz y esperanza, a una fraternidad, sellada con el pacto de amistad eterna cuyos ecos resuenan hasta en Manhattan... 


Tú no eres tu pasado, ni tu futuro; tú no eres el color de tu piel, ni tu condición económica; tú no eres ni chilango, ni veracruzano, ni leonés, ni michoacano o cualquier otro adjetivo que se le añada a lo que en verdad eres, es decir, tú eres una gran persona creada a imagen y semejanza del Creador que depositó en tu corazón la insignificante semilla de la espiritualidad. Déjala crecer, porque el Espíritu Santo, como el sol y la lluvia del campo, la están despertando. Déjala crecer en el huerto de los Doce Pasos.


La mañana de la Resurrección de Jesús, María Magdalena creyó que el Maestro era el hortelano. Y de verdad, lo es; porque Él es quien te ha sembrado esa semillita y la riega y la poda para que crezca lozana. Siéntete tronco macizo; siente la extensión de tus ramas que dan sombra al viajero y cobija muchos nidos para las aves del cielo. Descubre en cada uno de tus compañeros la pequeña semilla que llevas sembrada en el corazón. Cuando descubras que apenas son como una hierbita que está aflorando, ¡cuidado, no los vayas a pisar! Riégalos con tu cariño y échale comprensión.


Señor, gracias por sembrar en mi corazón un grano de mostaza. Como el Espíritu Santo, que también como una semillita, sembró en el vientre de la Virgen María para que floreciera Jesús, mi hermano. Gracias, Señor, por haberme sembrado en uno de tus huertos de Drogadictos Anónimos que tanto quieres. Que no me falte ni el agua de tu gracia ni el sol de tu amor. Concédeme el don de la paciencia para ir, sin prisas, creciendo poco a poco, tal como lo has manifestado en los Doce Pasos.  No permitas que me trasplante antes de tiempo, para que un día pueda dar mi sombra a otros hermanos drogadictos, y pueda cobijar entre mis ramas a esos pajarillos que necesitan de mi fe y de mi recuperación. Amén.


P. Christian Jean S.J


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